quinta-feira, 21 de novembro de 2019

Biodiversity : externality or asset?

Latin America and the Caribbean is the region with the greatest biodiversity on the planet, with approximately 40% of the world’s known species. The economic value of nature’s contribution to people is estimated at more than US$24 trillion per year, equivalent to the entire region’s GDP. Despite the valuable natural resources the region boasts, biodiversity is not yet recognized as a relevant comparative advantage and a real asset when modelling economic development.
This situation promotes the perception that biological resources are unambiguously renewable, and that preserving biodiversity reserves represents a current expenditure instead of a strategic investment. The logical upshot of this notion is detailed in the first study on the Global Assessment of Biodiversity and Ecosystems, carried out by the Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (IPBES), a United Nations agency.

The key message the study reveals is that, despite the efforts and achievements at national, civil society, private sector and international community level to value natural capital and promote a transformative economic development agenda, the results achieved thus far are insufficient.
The net balance is negative and, as the assessment indicates, under current conditions, there are one million endangered species, which jeopardizes the delicate and complex balance that sustains life on the planet.
The situation is the result of a set of variables, including notably the following:
  • The loss and fragmentation of habitats, which reduces mobility and, consequently, the gene exchange capacity of species, thus weakening them into their extinction (18 million hectares deforested in 2017);
  • Habitat pollution by pesticides and toxic wastes, which poison ecosystems, reducing the ability of species to survive and regenerate (25% of the known insect species are becoming extinct, at a rate of 2.5% per year);
  • Overexploitation and destructive harvesting practices hinder the regeneration of biodiversity, pushing species to the limit (one in three commercial marine species are exploited above their reproductive capacity);
  • Climate change, which pushes species into an abrupt adaptation process for which most of them are not genetically prepared (a temperature rise of 0.6° C since 1960, and 1.5° C by 2050).
Instead of analyzing the underlying causes of these pressures, the core element of this trend is the logical interpretation from a economic policy and political economy standpoint on how to use and harness biodiversity. All signs show that this is the right time for new interpretations to be put into practice, in line with the present times. 

Plásticos: ¿el fin de una era?

El pasado 28 de marzo, el Parlamento Europeo aprobó la ley que prohíbe el plástico descartable de un único uso (bolsas, cubiertos, envases, platos y vasos). Esta nueva ley entra en vigor a partir de enero del 2021 y deberá impulsar las substitución de productos de plástico por alternativos.

Con esta ley, la Unión Europea impulsa y allana el camino para cambios más importantes y de impacto global, partiendo desde una premisa ya ampliamente aceptada y compartida por la sociedad: el plástico contamina los océanos y en su lenta descomposición se mezcla con otros organismos vivos, hecho que lo adentra en la cadena alimentaria de mariscos y peces y, consecuentemente, afecta a la salud humana.

Sin embargo, desde sus primeras aplicaciones industriales en los años 50, cuando se produjeron alrededor de 1,5 millones de toneladas, hasta hoy, con una producción estimada en  de 318 millones de toneladas, las aplicaciones y la producción de plástico no paran de crecer. Estos datos retratan en parte la historia de éxito del plástico, que con sus diversas aplicaciones prácticas en diferentes industrias ha  tenido un papel clave para impulsar el comercio y con el desarrollo social y económico alcanzado  a nivel mundial. Sin embargo, por motivos diversos, desde las primeras evidencias en la década de los 60s a la fecha, el plástico se ha transformado en el principal elemento de contaminación de los océanos, en un enemigo de la biodiversidad marina y, consecuentemente, de la salud pública.

De acuerdo con la Fundación Ellen MacArthur, el 73% de todos los desechos encontrados en los mares son de plástico, y se estima que hay cerca de 5 mil millones de piezas de plástico en los océanos, con un peso aproximado de 166 millones de toneladas. En principio, si esta tendencia creciente de contaminación continúa, para el año 2050 los océanos contendrán más plástico que pescado. Este es el tamaño del problema y reto al cual nos enfrentamos.

La contaminación de los océanos con plástico ya compromete los ecosistemas, la biodiversidad marina y, de forma directa y evidente, la salud humana. Es por esto que resulta aún más importante  reconocer que la prohibición del plástico de un solo uso y extensión de responsabilidades dado por la Unión Europea no es un hecho aislado. En definitiva, se trata del hecho más emblemático a nivel mundial a la fecha, pero no el único.

La contaminación del plástico en los océanos es un tema que gana importancia en un número cada vez mayor de países de América Latina y ciudades en todo el mundo. Algunos ejemplos de prohibiciones y restricciones en la región son la ley que prohíbe el uso de bolsas de plástico en comercios de Chile y Panamá, y otras con enfoque más amplio para plásticos de un solo uso, como los que se proponen en Colombia, Costa Rica y Perú. En todos los casos el objetivo es similar: impulsar la transformación productiva de las cadenas de valor asociadas a la industria del plástico, tornándolas más verdes y extendiendo la responsabilidad de los productores y consumidores industriales y finales.

Ante este contexto de transformación productiva, es fundamental reconocer que más allá de los  beneficios que la prohibición del plástico de un único uso pueda tener, y que no son pocos, existe un proceso de desarrollo industrial que implica el desarrollo tecnológico y registro de patentes   que podrán regir una nueva economía asociada a  alternativas/substitutos del plástico.

La actualización de las políticas públicas asociadas al plástico que se observan en América Latina, acompañadas de regulaciones correctas e inversión en I+D aplicada al desarrollo de alternativas al plástico, representan una tangible oportunidad de desarrollo tecnológico e innovación en favor de un desarrollo regional sostenible. Así como sucede en otras industrias, la generación de nuevos estándares tendrá un papel clave en la distribución de beneficios y riquezas entre los países, dividiendo aquellos que tienen el conocimiento técnico-científico, de aquellos que lo aplican.

Este escenario emergente, marcado ahora de forma contundente por las nuevas reglas de la Unión Europea para plásticos de un solo uso, nos invita a reflexionar sobre los grandes desafíos y oportunidades de este cambio para América Latina. ¿Cuál es la participación de América Latina en el desarrollo de tecnologías y patentes que buscan alternativas al plástico? ¿Cómo este cambio podrá contribuir con la generación de nuevas cadenas de valor, empleos y renta en la región? ¿Cómo potenciar la participación y los beneficios de América Latina en este proceso de transformación tecnológica? ¿Cuál es el rol del Estado?

Este proceso de transformación productiva no es por lo tanto un fenómeno local, sino más bien un proceso global donde como en otros sectores las tecnologías dominantes definirán el curso de un nuevo ciclo. Es en este contexto donde instituciones como CAF, con aliados estratégicos como WWF y el GEF, vienen trabajando en la generación de herramientas, mecanismos de financiamientos e iniciativas que a través de modelos de economía circular y desarrollo sostenible puedan contribuir con la transformación productiva y desarrollo sostenible.

¿Será este el fin de la era del plástico? Posiblemente no, pero definitivamente estamos viviendo  una transformación tecnológica evidente que resulta de un oportuno entendimiento acerca de las implicancias que para el desarrollo sostenible de la región tiene no atender esta agenda y, en consecuencia, de la imposición de responsabilidades extendidas a los productores y consumidores industriales del plástico. Y este sí sería el fin de una era.